Espectáculos

Diego Boneta: “Me volví obsesivo, loco” sobre su transformación en Luis Miguel.

ra imposible desprenderse de él. Una resina negra entre sus dos dientes frontales permanecía desafiante ante el espejo. Un actor puede transformarse en lo que sea, hasta en El Sol, el rey de la música latina, el ídolo güero de masas, en todo un latin lover de los noventa. Pero no es tan sencillo huir de él. Diego Boneta (Ciudad de México, 1990) fue el elegido hace cuatro años para interpretar a Luis Miguel en la serie de Netflix sobre su vida. Se han emitido dos temporadas y la tercera y última está anunciada. Desde el primer episodio, la sed de sus seguidoras y nuevos adeptos ante la ausencia del cantante de los escenarios y de cualquier acto público la ha saciado un actor que habla como él, se mueve como él, canta sus canciones como él y hasta imita su misma separación entre los dientes. Boneta parece habérselo tragado.

El actor mexicano vio tantos vídeos de Luis Miguel, diseccionando cada entrevista, cada concierto, cada aparición pública, que memorizó hasta el momento exacto en el que debía respirar. Dice que en el rodaje de la primera temporada lo llamaban Howard Hughes, el magnate que interpretó Leonardo DiCaprio en El aviador: “Me volví obsesivo, loco. Fue un proyecto con el que me perdí totalmente. Sobre todo en la primera temporada, porque sabía que la única forma en la que iba a funcionar era si me convertía en el personaje. Solo si yo me lo creía, iba a hacer que los demás se lo creyeran”.

Estos días, lo más cercano a ver a Luis Miguel, a escucharlo y rememorar sus canciones, es Diego Boneta. Ante un encierro de décadas del cantante sin proporcionar una entrevista y tras una gira a medio gas hace tres años —muchos conciertos fueron cancelados o concluidos a la mitad—, Boneta se ha convertido en el suplente de uno de los fenómenos musicales de masas más potentes de América Latina. “Se me hace loquísimo. Hay muchos jóvenes que no lo conocían y muchos papás se me acercan y me dicen que sus hijos no sabían quién era Luis Miguel y creen que soy yo. Como que es algo que no me entra bien en la cabeza. Luis Miguel solo hay uno”, apunta el actor.

Todo lo que recomiendan los profesionales al llegar a casa, darse una ducha, quitarse el maquillaje, volver a la vida normal, fue amenazado durante mucho tiempo por un papel protagonista cuya vida y personalidad superaban la realidad de su rutina. La resina siempre seguía ahí para recordarle que Luis Miguel no se había ido.

—¿Cómo estás, corazón?

Cuando salía con amigos, algunos lo interrumpían para advertirle de que lo había vuelto a hacer. La coletilla con acento fresa (pijo) o mirrey mexicano, que Luis Miguel catapultó hasta una forma de hablar que se mantiene entre la clase alta mexicana, se le escapaba cuando entraba a un restaurante, pedía unas copas o se dirigía a una mujer.

Estuvo casi siete meses seguidos encarnando en casa y en el trabajo a una persona distinta. “Mi ortodoncista me limó los dientes y me puso esa resina color negro. Volvía a casa y me miraba en el espejo y veía al personaje. Eso fue muy raro”, explica Boneta. Después, cuando terminó el rodaje, no sabía quién era. “Recuerdo perfectamente que cuando me quitaron el diastema [el efecto de hueco dental] y me cortaron el pelo, no me reconocía. Se me hizo igual de raro verme a mí que cuando me colocaron el personaje por primera vez”.

La manera de hablar de Luis Miguel no es fácil de imitar sin caer en la caricatura. Son tantas las frases, los gestos, las miradas perturbadoras de este cantante ideadas para él desde pequeño con el único objetivo de seducir, que el reto que Boneta tenía entre manos no parecía sencillo. Buscó a un profesional en Madrid, el director de teatro y maestro de actores Juan Carlos Corazza, para humanizar lo deshumanizado: las contradicciones emocionales de un hombre diseñado para proyectar la imagen sin fisuras de un objeto de deseo.

“La imitación es un arte particular. Pero el reto era quedarse no solo en la cáscara, sino poder imaginar, entrar y encarnar todo el mundo del personaje”, cuenta Corazza. Había mucho por crear desde cero. Muchos habían visto la imagen de Luis Miguel en los escenarios, en entrevistas, pero muy pocos se imaginaban a uno de los artistas más herméticos y misteriosos de la industria en la intimidad de su cuarto, platicando con un amigo, llorando por su madre. La clave para Corazza fue tratar al personaje como cualquier otro, “con humildad”. “Intentar lograr la mejor versión de él. Sin creer nunca que vas a conseguir ser él, sino su máxima expresión”, agrega.

No es común convertirse en un personaje que desvela los secretos más íntimos de su vida en una serie y que además está vivo. Luis Miguel tiene 51 años y al menos durante la primera temporada supervisó y estuvo pendiente de la producción de la serie. Un proyecto que le sirvió también para relanzar su imagen y su carrera, degradada en los últimos años por bochornosos espectáculos de media hora sobre las tablas, peleas judiciales con antiguos representantes o arranques violentos con miembros de su equipo.

Mientras todo eso sucedía, en la pantalla aparecía su mejor versión, la época dorada del rey de la música latina. Sus peores errores y coqueteos con las drogas y el alcohol eran achacados a la infancia cruel a la que lo sometió su padre —Luis Rey, interpretado por el actor español Óscar Jaenada—. Y el pecho más bronceado de Iberoamérica lucía de nuevo, encarnado en Diego Boneta.

—Pero qué guapo estoy, ¿eh?

Luis Miguel acudió un día al set de rodaje de la primera temporada y le hizo el chascarrillo a un Boneta caracterizado hasta el último mechón de su época de adolescente. Pelo alocado, diastema falso y camisa abierta hasta el ombligo. “Es un tipo bastante gracioso”, explica el actor, consciente de que fuera de su círculo cercano cueste imaginar a este hombre, esquivo durante décadas con la prensa y enclaustrado en su mansión de Los Ángeles, haciendo chistes.