Editoriales

Vizcaíno

Fue el maestro de innumerables generaciones de tijuanenses en la preparatoria y luego en la universidad; formó en ellos el orgullo de ser tijuanense y de la identidad de los fronterizos

Allá por los años sesentas, en medio de la leyenda negra de Tijuana, estuvo la figura señera de Rubén Vizcaíno Valencia. Fue el maestro de innumerables generaciones de tijuanenses en la preparatoria y luego en la universidad; formó en ellos el orgullo de ser tijuanense y de la identidad de los fronterizos. Pudo haber cruzado la línea e instalarse en una glamorosa universidad norteamericana y cobrar en dólares, defendió el bastión californiano, llevó literatura y la cultura nacional.

Y es que Tijuana era la sede de los matrimonios rápidos, los medicamentos prohibidos en EU, los abortos y el licor alegre en emblemáticas cantinas que ornaban la calle de las 24 horas: la Revolución. En contraste, Vizcaíno congregaba a los jóvenes de entonces a leer poemas de Neruda y Benedetti; escuchar la protesta musical de Ángel y Violeta Parra y acercarnos a la emergente trova cubana de Silvio y de Pablo.

Como buen colimense, fue un acendrado vasconcelista y rememoraba la hazaña cultural del primer rector de la nueva Universidad y fundador de la Secretaría de Educación. Nos narraba la epopeya de Vasconcelos: ser lector en un país de gobernantes analfabetas y civilistas en una nación donde los militares se apropiaron de la revolución donde el pueblo puso los muertos y ellos los héroes.

El gran mérito de Rubén fue su juventud, que no menguaba con el paso de los años. Rodeado siempre de sus alumnos que a todas las partes le buscaban en busca de una sugerencia de lectura o un consejo de hombre a hombre. Se inició como docente cuando la universidad era solo un rótulo en un edificio y se daban clases de prepa.

Rubén llegó a Mexicali, pero el clima lo empujó a la mediterránea Tijuana, donde el buen vino, las olivas y la brisa relajada ornaban sus tertulias de jueves por la tarde. Rubén era el eje de las veladas en el Hotel Nelson en pleno centro de la vieja Tijuana. Degustación obligada de clamatos con ensalada césar. A veces llegaba el paisano Alan con sus bellos poemas a Tijuana –mal querida pero buscada-.

Ruben se fue cuando Tijuana se volvió una ciudad bonita y respetada; cuando la universidad dejó de ser un rótulo y llegaron los postgrados y las facultades, pero, sobre todo, cuando los jóvenes irredentos se volvieron pensantes y se cortaron el pelo largo e incursionaron por los partidos políticos.

POR ANTONIO MEZA ESTRADA

COLABORADOR

YERBANIS33@GMAIL.COM