
Mi Tocayo encontró empleo en la radio, en esos viejos tiempos con un locutor que enviaba saludos y dedicatorias. Ahí compuso la letra de sus canciones
Mi Tocayo –así me llamó siempre– se enamoró de la esmeralda viva que eran los algodonales del Valle de Mexicali. Iba del sur de Sonora, atraído por el empleo y las oportunidades que se abrían a los inmigrantes que llegaban a esa región en pleno crecimiento económico y demográfico.
Encontró empleo en Radio AA, de la familia Eguía, en esos viejos tiempos de la radio, disco a disco, con un locutor que enviaba saludos y dedicatorias.
Anuncios leídos y entrevistas a personajes relevantes que visitaban la cabina de trasmisiones: toda la radio era en vivo. Allí, entre canción y canción -intervalos de tres minutos-, mi Tocayo compuso la letra de sus canciones: “Renunciación”, “Esta tristeza mía”, “Con mis propias manos”.
Un día llegó a Mexicali la Caravana Corona –autobuses donde viajaban puebleando los artistas de la época y se presentaban en los cines locales–. En esa comitiva –que se hospedaban en el Hotel del Norte–, frente a la garita con Calexico, venía Javier Solís.
Llegó mi Tocayo con su guitarra y le mostró una de sus canciones a Javier. Él lo motivó a irse a la capital.
Le tomó la palabra y se fue a Ciudad de México donde, con Carolina su esposa, crearon el dueto Amanecer y empezaron a cantar. Su lanzamiento fue con “Renunciación” y luego vinieron “Con mis propias manos”, “Palabra de rey”, “Tu camino y el mío”, entre otras.
Javier Solís, Lola Beltrán, Gilberto Valenzuela, Juan Valentín y Vicente Fernández fueron sus grandes intérpretes. La Asociación de Baja Californianos en Ciudad de México –que yo presidía– fue, en los años noventa, su punto de reunión con el paisanaje y también el foro de sus recuerdos y añoranzas.
Hace unos años el Cabildo de Mexicali lo honró por la autoría de “El Cachanilla” y de “Tierra generosa”, que ahora son como himnos locales de los cachanillas. Don Antonio recibió muchos reconocimientos en vida, sobre todo de sus compañeros compositores. Un 5 de enero –que ya muy pocos recuerdan–, el Tocayo tomó su propio camino sin regreso.
POR ANTONIO MEZA ESTRADA