
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
“Si perseveran con paciencia, salvarán sus almas”
Lucas 21,5-19
El movimiento económico-social que provoca el ‘buen fin’ como
evento comercial y la coincidencia con las últimas semanas del
Año Litúrgico nos hace pensar en las realidades finales de la
existencia humana y, desde luego, también en las intermedias e
inmediatas.
Lo que vamos consiguiendo durante el trayecto de la vida y las
luchas de cada día pueden aportar la seguridad de que vamos
caminando bien y, quizás, alimenten la esperanza de un ‘buen
fin’ de nuestras historias. Por otra parte, hay que contar
también con las situaciones incómodas que aparecen en la
convivencia social ocasionadas por la maldad humana. ¿Será
un buen fin para todos? ¿Quién o qué lo garantiza? La
incertidumbre que provoca la violencia y sus variadas secuelas
siguen retando nuestras estrategias y posibilidades humanas.
Los seres humanos vivimos de sueños. ‘Este día será mejor’,
expresamos en nuestros deseos. ‘Este gobierno nos llevará a la
tierra prometida del bienestar sin fin’, comentamos con
ilusionada esperanza… Sucede cada cierto tiempo en las
familias y en los pueblos… No hay duda, deseamos, queremos,
buscamos un futuro mejor para nosotros, las personas que nos
acompañan/acompañamos en la vida y las siguientes
generaciones. ¿Qué pasará si no sucede conforme a nuestras
expectativas? ¿Se acabará el/nuestro mundo?
Aprovechar las ofertas, una nueva situación familiar, un cambio
de gobierno, un nuevo ordenamiento social, un nuevo sistema
económico… pudieran ser buenas semillas para un futuro
mejor. No cambiar es otra posibilidad. ‘Vale más malo por
conocido que bueno por conocer’ enriquece también el
inventario de nuestras experiencias. Vivir y convivir la tensión
entre novedad y nostalgia es característica del ser humano.La Palabra de este domingo habla del futuro, del fin definitivo
de la historia humana, de la segunda venida de Cristo. Las
imágenes apocalípticas que usa el evangelista parecieran
anunciar un final desastroso para todos. ¿Irá a ser así? ¿Dios
Padre destruirá la obra de la creación con todo y sus hijos? El
mismo lenguaje simbólico del Evangelio abre el horizonte y las
puertas de la esperanza. Si el futuro es de Dios podemos
esperar un futuro de plenitud. La esperanza cristiana tiene su
garantía en la resurrección de Jesucristo.
Pensar en el futuro pudiera provocar miedo, ansiedad,
incertidumbre… Lo desconocido nos acalambra de muchos
modos; no hay deseos que no se mezclen con temores. No nos
extrañe que lleguen crisis y momentos difíciles en los que hay
que discernir y hacer opciones. En ocasiones sentiremos que se
nos viene el mundo encima. El discípulo de Jesús tiene que
enfrentar en su vida y en su entorno terremotos de variadas
intensidades. Cuando Dios es Dios en nuestra vida el horizonte
de nuestra esperanza nos hace mirar/esperar/trabajar el futuro
de otra manera.
Si vivimos en el Señor será posible no ser aplastados, ni perecer
ahogados en nuestros miedos. Fidelidad, paciencia activa,
firmeza, perseverancia, esperanza, caridad… son actitudes
necesarias para enfrentar las situaciones difíciles y para aceptar
el ‘buen fin’ de plenitud: la gloria eterna con Dios.
Con mi esperanzada bendición.
+ Sigifredo
Obispo de/en Zacatecas