Editoriales

Roderic Ai Camp

Pocos como él en conocer y de desvelar las estructuras que sostenían las décadas de la clase política de esta nación

Roderic se metió de lleno en los vericuetos de la política mexicana del último cuarto del siglo pasado. Me atrevo a juzgarlo como el norteamericano que más sabe y ha estudiado la composición de la “clase política mexicana” y sus redes con el poder económico.

Corría el año de 94 y el país estaba inmerso en la inmersión por muchos presagiada como un choque de trenes. La inminencia de un cambio se percibía en el círculo rojo y los nacientes estudios de demoscopia así lo perfilaban. Se acercaba el fin del partido hegemónico. Diría Vargas Llosa que “… hacia agua la dictadura perfecta”.

Roderic vino a México. Diálogo con los varios candidatos presidenciales y les tomó el pulso como académico y analista político. Recorrió algunas esquinas del país y regresó al capital justo para ver el final de la carrera presidencial y sorprenderse cómo se confirmó el triunfo de Ernesto Zedillo.

Pocos como Roderic en conocer y armar redes de poder y de desvelar las estructuras que sostenían las décadas de la clase política de esta nación. Sus intríngulis y mutación, justo cuando aprecian los nuevos partidos, todos nacidos a partir del anciano decadente, más aún, dominante. Sus innumerables ensayos hablaban de una permanencia quizá transsecular, como ocurría en Japón con el Partido Social Demócrata.

Juzgo que la élite mexicana ha sido poco consecuente con quien es, sin lugar a dudas, su más profundo conocedor y, además, desde la perspectiva de la academia norteamericana. Lógico sería que los tomadores de decisiones o por lo menos, las cúpulas del empresariado lo leyeran y consultaran –dijéramos para ver su propia radiografía– pero es asombroso su desconocimiento.

Roderic está en proceso de retiro desde una modesta tribuna académica en el oeste norteamericano, dejando como herencia seis décadas de disectar el reclutamiento y la conformación del mandarinato mexicano. Serán las bibliotecas especializadas y los
estudiantes de ciencia política los obvios y quizá, los únicos beneficiarios de ese valioso patrimonio.