Editoriales

¿Paz para el pueblo o vitrina para la geopolítica?

Por Manuel Cárdenas 


La noticia entra suave, como si bastara el titular para resolver una década de conflicto: “Nobel de la Paz para María Corina Machado”. El comunicado habla de coraje, resistencia, transición democrática. Todo en orden… salvo un detalle que no cabe en el flyer: la misma figura que hoy esconde el laurel pidió en 2019 activar rutas que contemplan misiones militares extranjeras en Venezuela. Y ahora dedica el premio a Donald Trump, el rostro de las sanciones amplias y la “máxima presión”. Con esto sobre la mesa, pregunto: ¿qué paz estamos celebrando exactamente? 

No soy indiferente a la represión, las inhabilitaciones, los presos políticos. Eso existe y hay que nombrarlo. La democracia no es un slogan; se prueba con derechos, con elecciones verificables y con garantías para el disidente. Pero una cosa es defender libertades y otra—muy distinta—validar atajos que subcontratan la soberanía. Democracia sí; tutela militar, no. Derechos sí; asedio económico, tampoco.

El Nobel tiene antecedentes que huelen a política de alto voltaje: premios que intentan empujar procesos, más que reconocer resultados. A veces funciona; muchas no. El riesgo es claro: cuando conviertes la estatuilla en palanca, blanqueas estrategias que no tienen nada de pacíficas. Y si además el mensaje de aceptación mira hacia el norte y agradece a quien apretó la soga con sanciones, el símbolo se te cae: paz no es castigo colectivo, ni amenaza de portaaviones, ni “cambio de régimen” a golpe de hambre.

En 2019, se habló de activar el artículo 187.11 y de la doctrina R2P. No es “solo debate jurídico”: todos sabemos lo que significa abrir esa puerta. En América Latina tenemos memoria. La intervención —con el nombre que quieran darle — no trae urnas limpias; trae dependencia, deja heridas y vuelve a los halcones de todos los bandos más fuertes de lo que eran. Si de verdad se busca una salida pacífica, la ruta se llama negociación, garantías, cronogramas verificables y acompañamiento multilateral serio. Todo lo demás es ruido. 

La épica mediática que hoy presenta a la laureada como emblema de “resistencia pacífica” se olvida— convenientemente—de su propio expediente pro-intervención. A la derecha regional le encanta esa amnesia: cuando la fuerza es “de los nuestros”, se maquilla de “humanitaria”. Cuando no, se denuncia como “imperialismo”. Yo no compro esa doble vara. A la izquierda nos toca sostener dos verdades al mismo tiempo: denunciar la represión sin regalar cheques en blanco a tutelajes militares, y defender elecciones creíbles sin asfixiar a la población con sanciones que castigan al de abajo.


Para colmo del simbolismo: la Casa Blanca salió a criticar al Comité Nobel por “poner la política sobre la paz” al no premiar a Trump, y acto seguido Trump presumió haber hablado con Machado, afirmando que ella le dijo que aceptaba el galardón “en su honor”. Ese cruce fija claramente los alineamientos y rompe cualquier duda sobre el sentido político de la dedicatoria. No es un gesto neutro: es una toma de partido hacia una agenda que ha usado sanciones y despliegues como herramienta de presión. Además, cabe el apunte técnico que despeja mitologías: las nominaciones al Nobel de la Paz cierran el 31 de enero (con la salvedad de que el propio Comité puede añadir nombres en su primera reunión), así que el “drama” sobre si Trump “merecía” el premio este año tiene también una ventana procedimental bien concreta. 

¿Qué se debería de hacer?
– Mediación regional con dientes (CELAC, OEA, garantes que cuenten).
– Alivio gradual y reversible de sanciones, condicionado a pasos medibles: liberación de presos, restitución de derechos políticos, observación robusta, garantías para perdedores y ganadores.
– Justicia transicional que reconozca a las víctimas y cree incentivos reales para la desmovilización de élites que hoy necesitan el conflicto para sobrevivir.
– Blindaje social: porque no hay democracia estable con hambre. La libertad se sostiene con urnas y también con refrigeradores que no estén vacíos.

Dedicar el Nobel a Trump no es un capricho de redes, es un posicionamiento político. Y ese posicionamiento choca con la palabra “paz”. Si de verdad el camino es el pacífico, el mensaje debía tender puentes hacia mediadores, reglas, verificación, desescalada. No hacia el halconeo y la doctrina del garrote. Puedes estar en contra del gobierno venezolano—y con razones—sin convertir a Trump en ícono de paz. Eso, sencillamente, no cuadra.

La paz no es un trofeo ni un hashtag. Es un proceso que se construye en la realidad: con instituciones que no sean una trampa, con oposiciones que acepten reglas y con oficialismos que asuman el costo de perder. La paz latinoamericana—la que me interesa—no se negocia en Washington ni en Moscú: se acuerda entre quienes viven y votan en nuestros países, con acompañamiento externo cuando sirva, no como dirección de obra.

Cierro con una línea que me define: entre el voto y la bota hay un abismo que ningún premio debería cruzar. Si el Nobel quiere honrar la paz en nuestra región, que se ponga del lado de la gente común: sin hambre, sin miedo y sin tutores. Lo demás es vitrina. Y ya tuvimos demasiadas vitrinas.