Carlos Mora Álvarez
“El final de nuestras vidas comienza el día en que nos volvemos silenciosos sobre las cosas que importan”
DOCTOR MARTIN LUTHER KING
Soy francamente un experto en nada, lo he dicho hasta el cansancio. Aprendí a ser industrial gracias a la guía de mi amado Papá. Arquitecto, por fortuna, al acontecimiento de los estudios de mi hijo mayor Carlos Francisco, que decidió seguir esa maravillosa profesión contra mi voluntad, que le aconsejaba −quién soy yo para ello− la de mi eventualmente admirable ingeniería.
Mucho menos soy conocedor o estudioso sobre los derechos humanos, donde mi segundo hijo Miguel Ángel es un genial experto, y, por supuesto, sobre la medicina sé absolutamente nada como mi benjamín, David Alonso, que es un médico único.
De lo que sí creo saber un poco es de la humanidad, la justicia y la honradez, pero sobre todo de la integridad, los valores y los principios como forma de vida e integración, por lo correcto en la forma de resultados, acciones y sobre todo reconociendo las metas concebidas y logradas en favor de los demás, de los ciudadanos, de los buenos, de quienes hacen el bien.
El personaje citado líneas arriba, mi adorado Papá me enseñó desde muy pequeño que las instituciones son tan exitosas como quien tiene el honor de encabezarlas, dama o varón que debe tener claro el compromiso que se le ha conferido para titularlas con apego a las leyes, a las reglas, pero particularmente a quien le es entregado para presidirlas, para dirigirlas y especialmente para dignificarlas. Qué palabra tan sencilla −la dignidad− repleta de sanidad de orgullo, pero esencialmente de respeto hacia uno mismo e inclusive hacia todas y todos los demás, el prójimo, el humano, la persona per se.
El 12 de noviembre de 2024, día en que comencé a inscribir estas líneas, tristemente preocupado, desde mi casa, su casa, queridas amigas, apreciados amigos, distinguidos lectores, por un acontecimiento que no acabo de entender, por triste, vergonzoso, diría yo, ante la resignación indigna de quienes lo suscribieron desde la máxima tribuna, el Senado de la República, hasta hoy la más alta plataforma que para el que teclea deja de tener un mínimo de respeto −que perdieron, este día, la mayoría de sus habitantes−.
Hablo, claramente, de los legisladores que votaron por la “línea” durante la elección de la titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que se llevó a cabo en las primeras horas del día 13, en una sesión de más de 10 horas, votaron por la vergüenza que los marcará para la eternidad como súbditos de la inmaculada inmoralidad, qué pena, qué griega tristeza, que impertinente inocencia e incondicional inconsciencia, tribunos indignos, en la incógnita, pero pública visual e ignorancia de su terrible impertinencia.
No conozco y no concederé jamás, en lo personal, la posibilidad de conocer a la señora Piedra, a la que no entiendo, a la que no respeto, con todo respeto, en su lamentablemente, siento necedad, como la mayoría del país, de buscar su grave reelección, inaudito.
Varios nombres de reputadas damas estaban en la lista de sucederla en el cargo que nunca ejecutó. No soy quién para quejarme, sin embargo, hoy termino de desengaños en mi escuálida intentona de defensa, que no merecen en la menor intención por la firme determinación de la ilusión infame de su propia subordinación, señoras y señores (exagero la génesis) legisladoras y legisladores de la eterna sumisión, con un servidor, ya no cuentan, por dignidad, espero que lo entiendan si tienen amor a la patria.
Hasta siempre, buen fin.