
XIX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
“También ustedes estén preparados”
Lucas 12,32-48
Nuestro tiempo se distingue por la gran cantidad de
competencias deportivas que se realizan en todo el mundo, sean
individuales o colectivas. El Papa Francisco recibía con
frecuencia a deportistas de diversas disciplinas, edades y países
junto con directivos, dueños y entrenadores; lo mismo hace
ahora el Papa León XIV y más antes el Papa san Juan Pablo II.
Nuestro mundo globalizado no se entiende sin competencias
deportivas locales, nacionales, regionales, mundiales. El deporte
es juego, pasatiempo, diversión, válvula de escape, negocio…
Quien lo practica o lo disfruta en las gradas busca o espera
buenos resultados. El deporte es un digno oficio para disfrutar,
crecer como persona, ganarse la vida dignamente, socializar…
No puedo dejar de escuchar el Evangelio de este domingo al
margen de quienes hacen del deporte un estilo de vida y un
medio para desarrollar su potencial humano. Los pienso como
buenos administradores de talentos y oportunidades. Sueñan
desde pequeños, se ponen la camiseta de competidores, se
preparan física y anímicamente, dan lo mejor… Disciplina,
confianza, respeto, vigilancia, responsabilidad, trabajo en
equipo… son valores éticos que dan consistencia y sentido al
proceso de convertirse en deportista y enriquecen el entorno
personal y familiar. Una sólida espiritualidad es fundamental
para convertir a un deportista en atleta de Dios.
Hoy, en el Evangelio, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos y
a la multitud durante su camino hacia lo definitivo, el triunfo
final. No se trata de estrategias para conquistar trofeos que se
enmohecen con el paso del tiempo sino de la fe y la entrega que
necesita el creyente para lograr el tesoro inagotable del Reino de
Dios. La confianza total en Dios y el gozo de su cercanía son
valores decisivos en el largo combate durante el camino de la
vida del discípulo. Dios es padre, guía, entrenador, presencia,gracia. La ‘camiseta’ de Dios lleva el nombre santificado de
misericordia, fidelidad, ternura, cercanía, presencia, amor
eterno.
El discípulo está llamado a ser un atleta que se pone bien la
camiseta de la vigilancia y la responsabilidad si quiere subir al
podio de la gloria eterna. Responsabilidad y vigilancia se
mezclan con “la túnica” del servicio para ser creíbles. El engaño
del dopaje no cabe en la pureza de corazón que se exige al
discípulo atleta. Si la camiseta combina estas actitudes la vida
será luminosa, las puertas del Reino estarán abiertas y el Padre,
dueño de todos los equipos, otorgará el premio de la victoria sin
fin.
La certeza de la presencia misericordiosa del Padre activa la
vigilancia y ésta, la responsabilidad del discípulo, atleta de Dios.
Jesús ilustra este espíritu con una vigorosa parábola que es un
bello canto a la realización de la esperanza aquí y ahora, con el
prójimo y la creación. Nosotros somos hijos del Padre, simples
administradores, no dueños del equipo, mucho menos señores
de los demás. La buena práctica del deporte puede aportar
mucho en la construcción de la paz.
El balón/pelota/ovoide del Reino está en nuestra cancha.
Saludos y bendiciones desde Ensenada, Baja California.
+ Sigifredo
Obispo de/en Zacatecas