Editoriales

Granados desde el sentimiento de una “cachanilla”

De “bulto” se me vienen las palabras y es que conocí Granados, la tierra de los galileos sonorenses.

Un pueblo que desborda el sentido de comunidad con 900 habitantes orgullosos de sus raíces y su devoción católica por San Isidro Labrador.

Tierra del chiltepín y del rio Bavispe, donde sus sequiasatraviesan los patios de las casas para alimentar los árboles frutales que rebozan de colores y aromas, de esos que penetran en el rincón más profundo de aquello que pronto será un hermoso recuerdo.

Granados, conjuga la belleza de la cordillera que lo rodea con la generosidad de su gente.  Si de por sí, nuestro país se caracteriza por su hospitalidad, en esta tierra te sientes bienvenido y honrado.  

No falta invitación a una mesa para desayunar, para merendar, para comer, para echarse un bacanora y charlar de los recuerdos que son tan nítidos que, hasta uno, que es visitante, disfruta sin sentirse ajeno.

Las calles amplias y de concreto hacen un perfecto ensamble con sus caminantes calzando teguas; con la limpieza de los frentes de cada casa y los olores a vida fresca de rosas, de naranjas y toronjas, de tortillas de harina recién hechas.  

Y es que aparte de todo, como buenos norteños, dicen las “co’ascomo son” no hay tapujos sino espontaneidad y sinceridad… ¡como debe ser! 

Gente trabajadora con las manos calladas por la milpa y la engorda del ganado.  

Pueblo sencillo donde no hay lujos, y no falta nada; por el contrario, hay abundancia y se vive a plenitud.

No hubo día sin escuchar ocurrencias, disfrutar a carcajadas, compartir canciones que expresaban el privilegio de usar el sombrero y las botas, amar a la familia y sentirse orgullosos por heredar la templanza ante las adversidades, inculcada por el abuelo, el bisabuelo y San Isidro Labrador.

He de decir, que traigo el corazón contento de percibir la energía de un pueblo que emana amor y empatía.

He de decir, que vengo admirada de ver un pueblo que hace comunidad y tiende la mano, pero aparte, sabe abrazar y acoger.

He de decir, que me siento agradecida por cada una de las sinceras bendiciones en las banquetas mientras nos despedían con una sonrisa y la mirada transparente.

He de decir, que me gustó el bacanora, que ya no me enchila tanto el chiltepín, que no hay mejor carne que la de Sonora, que de ahora en adelante voy “en que” la casa de mi comadre y que pienso volver pronto a la tierra que resguardada por el cerro de La Pirinola, late con fuerza generosa y deja un suspiro en el alma.