
II Domingo de Adviento. Ciclo A
“Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”
Mateo 3, 1-12
Acercarse, estar cerca, cercanía, son modos de ser y estar en la
vida. La cercanía es una de las expresiones con las que el Papa
Francisco traducía el amor compasivo de Dios y la presencia
incondicional y oportuna del amor. No es una alternativa más,
mucho menos una moda papal. No puede haber cristiano
auténtico si no es y está cercano a Dios y al prójimo… y a lo que
afecta su entorno.
Juan Bautista aparece este domingo anunciando la cercanía de
Dios. El evangelista describe su forma de vestir y comer para
indicar modos de cercanía y para urgir la conversión. Con
vestido austero, comida frugal, silencio, predica sin
ambigüedades y anuncia el porqué de la conversión: “El Reino
de los Cielos está cerca”. Lo exterior expresa también la cercanía
de quien se sabe y acepta aludido.
¡Conviértanse! ¡Preparen el camino del Señor! ¡Enderecen sus
senderos!, grita a los cuatro vientos. Se refiere al necesario
cambio interior de donde brotan los gestos con los que el
convertido, el disponible, el enderezado… expresa que cree,
acepta y vive con alegría la cercanía del Reino de los Cielos.
Juan Bautista apunta hacia la indispensable conversión de/del
corazón de quienes lo escuchan.
Vivimos este tiempo de Adviento en situaciones muy parecidas.
Con frecuencia nos decimos creyentes, religiosos, bautizados,
cristianos, católicos por tradición. Nos sentimos y decimos
buenas personas, pero las realidades de nuestro entorno, no
dejan ver los frutos de ser cristianos en espíritu y en verdad.
Con frecuencia, la aspiración a ser mejores cristianos, desquitar
la gracia bautismal y dar testimonio de hijos amados de Dios…
muy poco tiene que ver con la vida real. Juan dice palabras
muy duras contra los fariseos y saduceos que –según ellos-nadan en la abundancia de méritos, pero los frutos de paz no
aparecen.
Dios no busca gente ya jubilada en la bondad, la justicia, el
amor, la paz. Él viene a llamar a los pecadores, a personas que
reconocen la urgencia de su conversión. Busca a quienes que,
cuando escuchen ¡conviértanse!, se sientan aludidos, se abran a
la cercanía de su amor y “hagan ver con obras su conversión”.
Dios está cerca, muy cerca de aquellos que viven el desierto y se
reconocen pecadores. Dios no está lejos de los corazones que
florecen, se acercan al prójimo y tienden la mano a los heridos
tirados en las cunetas de la vida. La cercanía de Dios trae
consigo la presencia real del “venga a nosotros tu Reino”.
El tiempo de Adviento puede contribuir a acercarnos a las
víctimas de nuestras indiferencias. Hacer penitencia significa
también reconocer nuestros pecados de omisión ante los duros
retos de una sociedad amenazada por la comodidad de ser
simples espectadores en las gradas de la vida. Necesitamos con
urgencia la conversión. Encendamos la segunda vela en este
Adviento, la vela de la conversión, que se exprese en frutos de
justicia, verdad, fraternidad, solidaridad. Adviento puede ser
también una actitud continua ante la vida.
Con mi bendición y cercanía.
+ Sigifredo
Obispo de/en Zacatecas