Editoriales

Educación [vial], primera parte Carlos Mora Álvarez

Carlos Mora Álvarez

PERFIL
Educación [vial], primera parte
El mejor año
“Tú te ves a ti mismo como un hombre negro,
Mientras yo me veo, sólo como un hombre”.
Sidney Poitier

“¿Adivina quién viene a cenar esta noche?”, dirigida por Stanley Kramer, es el título de una de las películas más hermosas e ilustrativas de la historia cinematográfica universal. De entre la infinidad de lecciones de vida que nos obsequia esta cinta, como las enseñanzas de la: felicidad, justicia, madurez, libertad, amor, respeto, raza y credo, hay una brevísima clase de educación vial que vale la pena resaltar, la cual les dejo de tarea descubrir. Esta se da cuando en el largometraje ocurre un choque de vehículos, no muy grave, en el que participan los protagonistas de la obra que suma a la tensión y al desarrollo de la historia.
Más allá de esa anécdota del séptimo arte, quiero destacar que tanto Spencer Tracy como Sidney Poitier son, para quien esto escribe, dueños de todos los adjetivos posibles que aluden a la excelencia de su trabajo artístico para el séptimo arte, son sencillamente actores naturales en sus papeles: uno como periodista y el otro como un médico africano. Por otra parte, la encantadora interpretación de la diosa Katharine Hepburn, como la comedida y preciosa esposa, termina por enloquecer a todo amante del séptimo arte, nadie como esos actores de antaño con esa clase etérea ahora inexistente para llenar de pasiones nuestro corazón.

Esta lectura, que tienen en sus manos queridos lectores, la escribo a minutos de la llegada de mis adorados hijos al nuevo hogar del que formamos parte Gemy y yo; nueva casa, nuevos sentimientos ya calados en la profundidad del corazón.

Cenaremos juntos por primera vez, celebrando la navidad, hijos, nietos y nueras, un gran encuentro afortunado en la que es quizá la cena mejor decorada de mi historia gracias al talento infinito de Gemy. Previo a llegar a la casa para a la familia me mandaron por el hielo al OXXO más cercano. Afortunadamente no se suscitó ningún accidente, de milagro, porque al salir del estacionamiento donde estaba quedé atrapado prácticamente en medio de seis “carros” como decimos los norteños o “coches” como dicen mis apreciados chilangos. Cuando los conté me pareció digno de una columna, sobre todo por el ánimo que anida hoy en mi desbordado corazón enamorado.

Tijuana, por si no lo saben, es la ciudad más grande de nuestro bendito país, cuando menos desde el punto de vista poblacional, con prácticamente dos millones de habitantes [y quizá otros dos millones de población flotante], y tiene igualmente tiene un monumental problema de tránsito vehicular, por el más de medio millón de unidades motoras que diariamente transitan por sus añejas e inadecuadas calles, bulevares, glorietas, además de complicadas conexiones de puentes gravemente rebasados. Jamás seré un crítico de mi maravillosa tierra, ni de sus orígenes migrantes que son inevitablemente la principal razón de que aquí no nos alcanza para nada en cuanto a crecimiento, espacios, desarrollo y demandas de servicios generales. En el sentido más estricto, la ciudad requiere crecer un promedio de tres hectáreas diariamente, no estoy exagerando, en verdad la aritmética es muy básica, lo explico enseguida con los números muy sencillos.

El nivel de crecimiento poblacional anual supera los dos dígitos, esto significa prácticamente doscientos mil tijuanenses nuevos cada 12 meses. Además, si sumamos los más de mil connacionales que semanalmente son repatriados a la frontera más activa del mundo, la ecuación supera los 50 mil. Para finalizar, agreguemos los casi 100 mil más [imposible calcular con certeza, en otra entrega, trataré de detallar por qué] migrantes más que llegan de otras regiones, lo que nos da el gran total que supera fácilmente los 300 mil nuevos paisanos al año. Quiero destacar que los hermanos y hermanas migrantes que llegan anualmente a nuestra región fronteriza, son nuestro mayor tesoro, aunque las autoridades sólo hacen, como que hacen y los ciudadanos, con todo cariño y el mayor de los respetos, hacemos como que reclamamos y algunos afortunadamente que son como un servidor, bastante ruidosos, por cierto, tampoco generamos resultados aparentes.

Cambiando de tema, en este naciente 2023 me voy a dedicar, entre otras tantas cuestiones, a tratar de generar una campaña vial, refiriéndome cuando menos humildemente en este aspecto, principalmente a la educación vial. Iniciaré con las posibles descripciones de los problemas de tráfico y sus razones principales, con ánimo de entenderlos y reconocerlos para llegar a posibles soluciones, que será imposible de enumerar en esta columna hasta no trabajar a lo largo del año con expertos, técnicos, ingenieros, arquitectos, transportistas, sindicatos y, sobre todo, con los ciudadanos laboriosos, con sentido común y que quieran a nuestro rincón de la patria.

Antes de concluir esta primera parte, solo enunciaré algunos puntos que me parecen los más básicos ingredientes del caos cotidiano que sufrimos al transitar por nuestras vialidades, con la intención de señalarlos con ánimo de búsqueda de soluciones, para dar paso a las ideas de todos aquellos y aquellas personas de Tijuana. La ciudad, pues, carece de semáforos y señalización, tiene problemas con los autos chocolate; los vehículos carecen de seguros para transitar; problemas de placas, licencias. Graves carencias de servicios públicos y privados. Uber en todas sus presentaciones genera un problema real en la movilidad, al igual que otros servicios de aplicaciones. La relación entre ciclistas, peatones y automovilistas es preocupante. Y el bacheo es por demás un foco rojo. Sin olvidar al elefante en la habitación… el inexistente SITT que anula y entorpece espacios vitales.

Así que a trabajar respetados y respetables paisanos y paisanas, que el reto no es menor, esperamos su apoyo con toda ilusión, ¿quién levanta la mano? Continuará.

Hasta siempre, buen fin