De las 40 horas al algoritmo: la siguiente batalla laboral que México no puede postergar

Por Manuel Cárdenas
Hay momentos en los que un país tiene la voluntad y decide corregir inercias que arrastra desde hace décadas.
La propuesta de la Presidenta Claudia Sheinbaum para avanzar hacia una jornada laboral de 40 horas semanales es uno de esos momentos. Y vale decirlo sin rodeos: ningún gobierno del México contemporáneo se había atrevido a tocar con esta seriedad la arquitectura del tiempo de trabajo. Puede asustarles a algunos, pero para la clase trabajadora, es una expresión más de justicia laboral y dignidad humana.
Durante los gobiernos neoliberales —desde Zedillo hasta Peña Nieto— la conversación estuvo completamente capturada por la lógica del “flexibiliza o muere”. Flexibilizar era reducir derechos, debilitar sindicatos, sacrificar descanso, priorizar la rentabilidad inmediata. Bajo ese paradigma, discutir jornadas dignas era casi un sacrilegio económico.
Hoy el país está parado en una lógica distinta. Por primera vez en mucho tiempo, el Estado mexicano vuelve a poner la calidad de vida por encima de la rentabilidad bruta, y esa es una transformación profunda que hay que reconocer.
Pero, aun celebrando este avance histórico, hay que entender algo más grande: la siguiente batalla no será sobre horas, sino sobre algoritmos.
Porque mientras México corrige las deudas del siglo XX, el siglo XXI ya está imponiendo formas de trabajo donde el jefe no siempre tiene rostro, pero sí tiene acceso a todos tus datos.
La reforma hacia las 40 horas muestra algo que, para mi generación, era casi impensable:
que el gobierno tome partido abiertamente por la clase trabajadora frente a inercias empresariales que durante décadas dominaron el debate. Y no es que esto sea trabajadores contra empresarios o ricos contra pobres, sino es una lucha social icónica contemporánea que tal vez por falta de memoria histórica no alcanzamos a reconocer, pero como es bien sabido y experimentado, “a otros tiempos otras batallas”.
Los gobiernos anteriores nos acostumbraron a lo contrario. Mientras que en los sexenios de Fox y Calderón se hablaba de competitividad, jamás se habló de descanso. Con Peña Nieto, se apostó el capital político a la flexibilización laboral y al outsourcing salvaje. Ninguno se planteó seriamente reducir la jornada ni equilibrar el poder entre trabajadores y corporaciones. Nadie habló de dos días de descanso obligatorio. Nadie habló de registro digital de jornada. Nadie habló de bienestar como norma, no como dádiva.
Hoy el contexto es otro: Se está construyendo un nuevo consenso donde crecimiento y dignidad laboral van de la mano, y esa es una ruptura histórica, un cambio de ritmo, un paso más firme.
Pero mientras corregimos las injusticias del pasado, una sombra nueva avanza: la inteligencia artificial aplicada al trabajo. Como decía en líneas arriba, “a otros tiempos otras batallas”.
Seamos claros, la IA no es una amenaza en sí misma, el problema es quién la controla, quién la programa y bajo qué reglas se implementa.
En ese sentido, ahora mismo, México vive una transformación laboral silenciosa, plataformas que asignan rutas y sanciones en función de parámetros que nadie conoce, empresas que miden productividad con sensores, dashboards y KPIs automatizados, supervisión remota en trabajos híbridos que difumina el límite entre vida laboral y vida personal, el Nearshoring que trae inversión, sí, pero también procesos donde la toma de decisiones la hace un software, no un supervisor humano, Call centers y back office donde el algoritmo decide si sigues o no sigues, si subes o no subes.
Mientras discutimos las 40 horas, el algoritmo ya está evaluando a millones de personas en tiempo real. El riesgo no es tecnológico, es político: dejar que esta revolución ocurra sin reglas democráticas, como ocurrió en el viejo régimen, donde todo se privatizaba… incluso los derechos.
Antes, el Estado se retiraba del mundo del trabajo esperando que “el mercado acomodara todo”, pero hoy, el Estado vuelve a ser árbitro, garante y rector del desarrollo laboral.
Y ahí está la clave, si este gobierno ya se atrevió a recuperar el salario mínimo, dignificar la subcontratación, fortalecer inspecciones y poner sobre la mesa la jornada de 40 horas,
también puede atreverse a liderar la regulación de la inteligencia artificial en el trabajo, antes de que sea demasiado tarde.
Esa es la diferencia entre reaccionar a una crisis y anticiparse a ella. México puede ser pionero: la primera “Constitución Laboral Digital” de América Latina
La gran oportunidad está frente a nosotros, crear un marco de derechos laborales digitales que actualice el pacto social mexicano para la era de la IA.
Eso implica construir un sistema con cuatro pilares:
1. Transparencia algorítmica
Cualquier decisión automatizada que afecte jornadas, bonos, metas o permanencia debe ser explicable. No podemos permitir una versión digital del viejo autoritarismo laboral.
2. Auditoría sindical de algoritmos
Los sindicatos del siglo XXI tienen que poder negociar también el modo en que los sistemas automatizados evalúan y asignan tareas. El contrato colectivo debe incluir el código, no solo los tabuladores.
3. Derecho a la desconexión real
Que la tecnología no se convierta en una correa que nos siga hasta la sala de la casa.
La desconexión no es un lujo europeo: es salud pública.
4. Fondo nacional para reconversión laboral
Pagado por quienes más ganan con la automatización.México puede financiar formación tecnológica masiva sin cargar la factura a los trabajadores.
Todo esto suena ambicioso, pero hace 10 años también sonaba “ambicioso” subir el salario mínimo por encima de la inflación. Sonaba “imposible” acabar con el outsourcing lesivo.
Sonaba “radical” hablar de justicia laboral como política económica.
El nearshoring es una bendición, pero si llega acompañado de automatización sin regulación, podríamos terminar replicando el viejo modelo maquilador, sólo que más sofisticado e insidioso: una maquila donde ya no explota hombres, sino datos; donde el control ya no es físico, sino matemático.
Si no regulamos ahora, cuando queramos hacerlo, la infraestructura digital del trabajo ya estará consolidada por las corporaciones globales. Y entonces sí, será muy difícil democratizarla.
Para el lector, esta columna puede sonar un tanto alarmista o catastrófica, pero la tecnología está superando la ficción y a este paso, pronto las normas que regulan los derechos laborales estarán rebasados. Para muestra esta la huelga que se dio hace un año en Estados Unidos, donde actores y escritores de la industria del cine y televisión, se reusaron a trabajar en protesta en contra de la inmersión de la IA en guiones, avatares, voces y más actividades laborales que estaban desplazándolos por no contar con una regulación apropiada.
Lo que está haciendo el gobierno actual con la jornada de 40 horas es recuperar una deuda histórica, pero lo más revolucionario del siglo XXI no será reducir el tiempo de trabajo, sino regular quién controla la inteligencia que lo organiza.
Tenemos la oportunidad de liderar un nuevo capítulo en la historia laboral de México:
pasar de la justicia laboral clásica a la justicia algorítmica. La jornada de 40 horas repara el pasado, la regulación del trabajo con IA construye el futuro, y el futuro, por primera vez en décadas, puede ser verdaderamente digno.