
Por Manuel Cárdenas
El asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, no solo estremeció a Michoacán; sacudió a todo México. No porque la violencia política sea nueva —desgraciadamente no lo es—, sino porque su figura encarnaba algo poco común: un servidor público que decidió enfrentar al crimen organizado sin doble discurso, sin componendas y con la claridad de que gobernar en territorio narco es un acto de resistencia.
Pero mientras el país apenas asimilaba la noticia, el oportunismo se apresuró a salir a escena. La derecha, incapaz de producir un proyecto de país, se volvió experta en convertir la tragedia en trending topic.
En cuestión de horas, los mismos que guardan silencio ante las masacres empresariales del modelo neoliberal ya señalaban culpables, ya exigían renuncias, ya fabricaban titulares. No había duelo, había cálculo.
La tragedia como herramienta de propaganda
Lo vimos una vez más: los opinadores de siempre y los voceros de la oposición aprovecharon el asesinato de un hombre valiente para alimentar la narrativa de que México “está fuera de control”.
No les interesa la justicia ni la reconstrucción del tejido social. Les interesa la coyuntura. Usan el dolor para sostener su discurso de odio hacia todo lo que huela a transformación.
Las redes se llenaron de frases huecas:
“Lo dejaron solo.”
“La presidenta es responsable.”
“Este gobierno protege criminales.”
Pero ninguno de esos comentarios mencionó lo que realmente está en juego: el poder de los cárteles que heredaron sus gobiernos, la impunidad de jueces comprados, las policías municipales infiltradas, las alianzas económicas que por años financiaron campañas y silencios.
El oportunismo no busca soluciones; busca rating.
La hipocresía del dolor selectivo
Cuando asesinan a un alcalde que no pertenece a sus filas, la derecha grita “¡Estado fallido!”.
Pero cuando las ejecuciones alcanzan a activistas, periodistas o autoridades comunitarias bajo gobiernos panistas o priistas, su discurso se resume en tres palabras: “no politicen la tragedia.”
Esa doble moral es la que los ha vuelto irrelevantes.
El problema no es la crítica al poder —esa es necesaria—; el problema es cuando la crítica se disfraza de compasión para esconder el deseo de desestabilizar.
La derecha mexicana no busca justicia, busca oportunidad: la oportunidad de sembrar miedo, de reinstalar la idea de que el orden solo se impone con mano dura, de regresar al viejo guion donde la política se hacía entre los que mandan y los que obedecen.
Lo que sí deberíamos discutir: Carlos Manzo no necesitaba héroes de Twitter; necesitaba un Estado fuerte, policías dignas, ministerios públicos incorruptibles y comunidades organizadas.
Eso no se logra con discursos moralistas ni con “yo lo dije” de sobremesa.
Se logra con participación, con política territorial, con una ciudadanía que deje de mirar la violencia como espectáculo y empiece a verla como consecuencia de un modelo económico que normalizó la desigualdad y la impunidad.
La verdadera lección de esta tragedia no está en los hashtags, sino en la urgencia de reconstruir la vida pública desde lo local, con ética, con valentía, con comunidad.
La transformación no usa muertos: los honra.
Desde el norte del país hasta Michoacán, lo que nos toca ahora no es reproducir el oportunismo de la oposición, sino reivindicar la política como servicio, como defensa de la vida.
La transformación no se alimenta del dolor ajeno, sino del compromiso con quienes ya no están.
Y si algo nos enseña esta historia, es que la lucha por un país justo no se gana con discursos de odio ni con campañas de difamación, sino con organización, verdad y justicia.
Porque mientras la derecha convierte la tragedia en combustible electoral, nosotros seguimos creyendo que la política debe servir para proteger la vida, no para usarla, nada justifica la violencia y un mexicano caído en la lucha siempre será un reflejo de lo que todos añoramos y es en esta añoranza en la que descansa la esperanza de la transformación, TODOS estamos en esta lucha y se construye desde cada uno de nosotros. Como dice nuestro glorioso himno nacional: “Un soldado en cada hijo te dio”.
En paz descanse, Carlos Manzo.