
XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
“¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para
dar gloria a Dios?”
Lucas 17, 11-19
“Ése era un samaritano”, dice Lucas para acentuar el desenlace
del texto evangélico que escuchamos. “Construiré un altar al
Señor, tu Dios”, dice Naamán, un extranjero agradecido, al verse
curado. Las dos personas habían sido curadas, entre muchas.
El leproso del Evangelio, sin nombre, es doblemente marginado,
por ser leproso y extranjero. El leproso Naamán tiene poder,
pero la enfermedad lo cuestiona, tiene miedo morir sin haber
vivido. Ambos son curados y salvados. ¡Qué maravilla! La fe
agradecida los pone otra vez en el camino de la vida.
Diez leprosos piden curación, pero solamente el que vuelve a
dar gracias escucha estas palabras: “tu fe te ha salvado”. Los
otros nueve son beneficiarios de la ley de Moisés que cura, pero
no salva. El samaritano es curado y salvado porque cree en
Jesús… No es fácil entender y aceptar el drama interior que
provoca la fe en Jesucristo.
Hoy aprendemos que la gratitud es esencial para el discípulo de
Jesús. ‘Es de bien nacidos ser agradecidos’ siguen afirmando
los sabios del pueblo. Celebrar y participar en la Eucaristía no
es un mandato caprichoso de la Iglesia. ¡Es el misterio de la fe
agradecida! No hay mejor manera de volver a Jesús para
agradecer la redención y aceptar la misión permanente de ser
personas agradecidas porque hemos sido salvados.
A dar gracias se aprende en casa desde pequeños. No nos
extrañe que después de aprender a balbucear mamá, papá,
aprendemos otra expresión íntimamente ligada: gracias,
muchas gracias, muchísimas gracias. No hay melodía más
agradable a los oídos del corazón en la familia. Es el indicador
más elocuente de que estamos educando en el amor y para el
amor… Y Dios es amor.Reconocer los motivos que tenemos para dar gracias es el
primer paso en toda educación. Todo inicia en el amor de
quienes nos han engendrado; nuestros padres se amaron y
hemos venido a la vida. No es buena señal iniciarnos en la vida
exigiendo ‘derechos’. La vida no es un conjunto de relaciones
laborales, mucho menos un mercado de intereses extraños al
amor. Grandes retos tienen la familia, la escuela, la iglesia para
educar en la gratitud en tiempos de derechos sin obligaciones.
Ojalá fuéramos como Naamán y construyéramos un altar al
Señor como gesto permanente de gratitud por el don de la vida,
la familia, la escuela, la fe, los amigos, la creación entera…
Ojalá fuéramos como el ex leproso de Samaria para volver a
Jesús, dar gracias a Dios, permanecer en su amor, ser salvados
y salir cantando que el Señor ha hecho maravillas en nuestra
vida.
Para ti es mi música, Señor, escribí y canté hace cuarenta y
nueve años cuando fui ordenado sacerdote. Ayúdenme con su
oración a ser un sacerdote afinado, a volver siempre a Jesús
para irradiarlo con alegría. El sacerdote es enviado junto con
todos los bautizados en una misión permanente: hacer presente
a Jesús en la Iglesia y en el mundo.
Con mi bendición agradecida.
+ Sigifredo
Obispo de/en Zacatecas