
XII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
“Tú eres el Mesías de Dios. –
Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho”.
Lucas 9, 18-24
El domingo pasado celebramos a papá rodeados de recuerdos,
anécdotas, canciones y más. Las fechas especiales del año nos
dan oportunidad de festejar y reflexionar sobre lo que contiene,
deja y enseña la fiesta. Admirar, respetar y agradecer son verbos
que suscitan acciones emocionadas y comprometidas.
Paternidad y filialidad son sustantivos que sostienen y
sustentan el edificio de la vida y el gozo de vivir en familia, con
sentido y a favor del tejido social.
A medida que los años pasan (y se quedan) me doy cuenta de lo
maravilloso que es vivir y ser amado por ser hijo, o por ser
padre. También de lo necesario y valioso de una familia como
escuela de fe en Dios, fraternidad, solidaridad, justicia, libertad,
participación, colaboración, donación… Las preguntas más
importantes de/para la vida encuentran respuesta -o ponen la
base para ello- en casa, en familia. Después vendrán otras
escuelas… complementarias.
En el texto evangélico que escuchamos este domingo, Lucas
plantea una serie de preguntas que invitan a una respuesta
necesariamente personal, forjada en la intimidad de la fe del
discípulo, sea hijo, sea padre. Pedro responde sin titubear a la
pregunta de Jesús, la pregunta más trascendente para la vida.
¿Quién es Jesús para ti, para la familia, para la humanidad?…
La pregunta y la respuesta siguen interpelando a quienes nos
consideramos discípulos de nueva generación. La respuesta es
actualizable en toda circunstancia, también cuando los
‘anuncios de la pasión’ se vislumbran y repiten.
Cada discípulo es invitado a escuchar e interpretar la pregunta
y personalizar la respuesta ante los nuevos desafíos y retos.
Pienso en quienes somos hijos y en quienes han recibido el don
de la paternidad. Proclamar la fe en Jesucristo, aceptar su
mensaje, ser fieles aceptando los riesgos y costos… son
interpelaciones que no podemos evadir. El discípulo de Cristo
tiene que arriesgar y entregarlo todo en el correr de la existencia
y en el vivir las implicaciones de la pasión.
“Tomar la cruz de cada día” es vivir en el amor y desde el amor,
en la fatiga de la existencia vivida cada día: oportunidades,
preocupaciones, luchas, enfermedades, incidentes,
incomprensiones, sacrificios, trabajo, olvido de sí, entrega
total… Portar con humildad la cruz hecha de tantos gestos que
van tejiendo la vida de hijos, padres, sociedad… Y, al día
siguiente, volver a empezar con la esperanza de que el árbol de
la cruz dará frutos de resurrección.
Una vez más, muchas gracias, papás que viven su paternidad
en silencio, en clave de una generosa y confiada disponibilidad,
una fidelidad sufrida y gozosa, un amor a prueba de años y de
ideologías pasajeras… Muchas gracias, hijos que ven y tratan a
sus padres como generadores, educadores y custodios de la vida
en familia; que aceptan con amor el acompañamiento y cuidado
de sus padres al caer la tarde de la vida.
Los bendigo con afecto filial, fraternal y paternal.
+ Sigifredo
Obispo de/en Zacatecas