
III Domingo de Pascua. Ciclo C
“Jesús tomó el pan y el pescado y se los dio a los discípulos”
Juan 21,1-19
Nadie puede aspirar a ser exitoso en cualquier campo de la vida
si no da resultados/frutos. Todos queremos ganar ganar,
aunque el proceso lleve un tiempo razonable. Aplica también a
la vida pascual del cristiano. Todo empieza en el bautismo y es
alimentado por la oración, la escucha de la palabra, la vida
sacramental y, desde luego, la caridad practicada.
El Evangelio del tercer domingo de Pascua es un bellísimo canto
a la vida en abundancia que mana de la fe en el Señor
Resucitado. La multitud de peces, volver a echar las redes, las
fatigas, los movimientos, las órdenes, la confianza, la confesión
de fe, el ambiente de comida, las preguntas de Jesús, las
respuestas humildes de Pedro y compañía… hablan de la
fecundidad del Resucitado. En el Evangelio no hay pretexto
para la esterilidad, para no dar frutos. El Resucitado es vida en
plenitud, fecundidad sin límites, paz en todo y para todos.
La fecundidad del Resucitado se hace realidad en el servicio que
nace del amor y se expresa en la entrega incondicional. El
“Pedro, ¿me amas más que éstos?” es una pregunta
personalizada, aplicable a los que creen en la fecundidad del
Resucitado. De ahí que ‘pastorear’ tiene necesariamente la
traducción de servir con humildad, alegría y eficaz caridad.
Si Jesús ha seguido el camino de la entrega total, no se puede
pedir menos a sus discípulos. La fecundidad exige cultivar
diariamente el amor de entrega; no florece en macetas, ni sólo
con buenos deseos. Cuando Pedro se “anuda a la cintura la
túnica” hace lo que Jesús hizo en la última cena. Con este gesto
se nos indica que la única manera de reconocer al Resucitado y
ser su discípulo es servir, ponerse el delantal todos los días y
hacer del servicio estilo alegre de vida.
Divina Misericordia, contemplamos agradecidos el domingo
pasado. Hoy es la misma Misericordia que se hace fecundidad
en el diario vivir. El amor, el “tú sabes que te amo” puede
convertir los desiertos en vergeles de amor alegre y eficiente.
Cuando damos sin medida, al estilo divino, los frutos están
asegurados, la red se llena de peces.
El diálogo de Jesús con Pedro nos compromete. Tres veces
pregunta acerca de la autenticidad de su amor. Éste responde
con humildad después de la abundancia de la pesca. Todo se
centra en los frutos del amor que se verán en el apacentar bien
a la gente encomendada. El Evangelio subraya que la cualidad
de alguien que pretenda hacer cabeza en una comunidad es su
disponibilidad para amar. Sólo así habrá frutos en abundancia.
No debiera haber cristianos estériles/infecundos en una
sociedad tan necesitada de la fecundidad del amor de Dios, que
vive con tantas incertidumbres e inseguridades. Los frutos de la
Pascua están ahora en nuestra cancha. ¿Jugamos a la
ofensiva? Familia, escuela, gobernanza, tejido social, redes,
justicia, solidaridad, medio ambiente… son el nombre de
nuestra cancha.
Bendigo con amor pascual a su familia y sus trabajos en este
mes de mayo.
+ Sigifredo
Obispo de/en Zacatecas