
VI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
“Dichosos los pobres… ¡Ay de ustedes los ricos!”
Lucas 6, 17.20-26
No hay persona que no quiera y busque ser feliz. Es una
tendencia que procede del interior de la persona, desde siempre.
El ser humano la busca aquí y allá, por todos los medios, en
cualquier edad, a cualquier costo. La tendencia brota de un
anhelo profundo, difícil de precisar, pero que está ahí y se
convierte en el motor de la vida. En ciertos momentos hacemos
un alto y nos preguntamos angustiados si realmente existe la
felicidad y, si existe, dónde, cómo y a qué costo conseguirla.
El Evangelio de Jesucristo responde a este anhelo y tendencia.
Al pedir “venga a nosotros tu Reino” estamos pidiendo ser
felices. El camino que ofrece Jesús en las bienaventuranzas
pudiera parecer desconcertante y exigente; ciertamente es muy
diferente a los caminos que oferta el mundo que, con
frecuencia, busca sólo el bienestar desde intereses egoístas.
Jesús sitúa la felicidad donde menos imaginamos: los pobres,
los que padecen hambre, los que sufren, los perseguidos. Parece
contradictorio, sin embargo, es el camino que merece su
felicitación y la garantía de la recompensa. La pobreza, la
ignorancia, el sufrimiento… son negatividades contra las que
hay que luchar todos los días; quien lo hace es la persona que
se ha abierto al don de Dios y a los valores del Reino. Dios
actúa a su favor y la bienaventuranza, el gozo, la dicha, se
hacen presentes.
Al contrario, los ricos, los saciados, los que ríen, los
aplaudidos… viven una situación que les impide abrirse a los
valores del Reino. Dios no está de su parte porque le cerraron
las puertas y ventanas de la vida. La felicidad verdadera sólo se
puede conseguir si los valores del Reino están presentes.
Entonces las necesidades se resuelven sin hartazgos egoístas
que provocan hambre en los demás y sin alegrías a costa del
llanto de otros. La recompensa no será tal porque ya caducaron
sus intereses y ganancias.
Vivir las bienaventuranzas en nuestro tiempo es un gran reto.
La dicha que Jesús prometió a sus discípulos se basa en Dios y
en los valores de su Reino. Parece ser que nuestro mundo se
mueve por la bolsa de ‘otros valores’. ¿Somos más felices en la
sociedad del bienestar? ¿Qué es lo que nos hace realmente
felices? ¿Felicidad equivale a tener éxito en la vida? ¿Qué es la
felicidad? ¿Qué es el fracaso?
En estos tiempos en que muchos parecen apostar por un
cristianismo light (ligero, sin compromisos) y la fe se debilita, es
indispensable convencernos de la urgente necesidad de volver al
Evangelio de Jesús. Hablar de nueva evangelización es volver a
proponer las bienaventuranzas como el único proyecto/estilo de
vida capaz de llevarnos por el camino de la felicidad. La
recompensa será grande: nuestra existencia tendrá sentido y las
limitaciones humanas podrán aspirar a la plenitud. Esperamos
que las comunidades cristianas que conforman la Iglesia se
pongan en el camino de las bienaventuranzas en el hoy
-confuso y desafiante- de la salvación.
Con mi afecto y bendición.
+ Sigifredo
Obispo de/en Zacateca